José RamónOrrantía
Rayuela, rayuelita
A Rodrigo de Gardenia
Rayuela, rayuelita,
rayuela de vuelos largos,
escalera que te engarzas
entre los muchos, los amargos
recuerdos, también dulces,
que construyes en tus cuadros.
Escalando van al cielo
con su carga entre los brazos.
¿Qué te trais ahí cargando?
Frutas de los olvidados:
guanábana y tunas rojas
que son sangre y que son cráneos.
Rayuela de sus recuerdos
que se mezclan con mis trazos;
sus memorias que son mías:
son mis flores, son mis cantos.
Rayuela, mi rayuelita,
rayuela que escribo a saltos
y entre saltos catapulta
de latidos y guijarros.
Rayuela, eres manecilla,
lecho de las largas horas
del camposanto y la mirra
y el perfume de estas coplas
Tristes líneas y cansadas
que sobre el viento flotan.
Rayuela habla a mis muertos
que entre la tiza y la tierra
mi corazón atesora.
José Ramón Orrantia Cavazos
Mi nombre es José Ramón Orrantia Cavazos, y disculparán la longitud de mi nombre pero mi madre siempre ha insistido mucho en que no se le excluya en la escritura de mi identidad. Y bien podría ponerla primero, omitir alguno de los otros nombres o llamarme simplemente Cavazos, pero algo siempre saldrá afectado. Así que así:
.
Me considero un escritor fracasado en pausa. En pausa de escribir, no de fracasar. Solía dedicar mi tiempo libre a pensar en cuentos, en novelas existenciales y poemas románticos. Supongo que poco a poco fue ganando la novela existencial, después quedó sólo el existencialismo y finalmente me volví filósofo. Curiosamente, no soy existencialista (excepto cuando escribo, o cuando pienso en hacerlo). Hace ya tiempo que la actividad académica ha vuelto rígida mi pluma, mis poemas se estructuraban como modus tollens y consideraba que un cuento bien escrito tenía la forma de reductio ad absurdum. Mis novelas partían de una hipótesis y los capítulos se pensaban en forma de construcción argumentativa.
Y deje de escribir.
Ahora soy profesor e investigador en la Máxima Casa de Estudios. He desarrollado una gran capacidad analítica y soy capaz de descomponer un problema complejo en sus partes constitutivas para después conjugarlas de nuevo, con un nuevo sentido. Pero yo… yo quedaba oculto, oculto de mí mismo y oculto de mis grandes poderes de auscultación.
Ni el examen jesuítico ni la autoconsciencia cartesiana funcionan cuando lo que oculta el yo es un espejo de laberintos, piezas de origami que pierden la belleza al deshacer los dobleces. El yo no es una hoja en blanco sobre la que se escribe y borra. Nada se borra. Más bien palimpsestos, todo va quedando en capas raspadas y sobrescritas, siempre hay restos del anterior espejo.
Y ahora, en el encierro en el que yo a mí mismo me encuentro, la tinta traza como un hilo, un ovillo se desliza en la punta del bolígrafo y me conduce al centro del laberinto donde mi propia bestialidad devora los sacrificios que la racionalista Atenas tributa cada cierto tiempo para mantener al mito encadenado. ¡No vencerá Teseo! No esta vez.
Azul
Llevo una camisa azul y mira directamente a mis ojos. Oculto mis ojos como para ver para adentro, para ocultarme. Quedo a merced de sus ojos. Mis ojos verdes se reflejan en el castaño de los suyos y quedo a merced de sus ojos.
Visto de azul y mis ojos brillan, algo se abre al igual que se abren en un brillo mis ojos, para dar paso al mundo que me invade. La visión se inflama de la fugacidad del viento, respiro el color de la brisa azul de brazos extendidos y ligeros. De brasas incendiarias y pesadas.
Algo se abre en mí con el viento, algo flota, sale disparado al cielo y siente en el ímpetu su ligereza. Y cae, empieza a caer abrasado por la atmósfera y hecho cenizas que se depositan en la superficie de las profundidades, las cubren y ocultan. Negro.
Lugares comunes asaltan mi visión, una plétora de frases hechas: azul cual libertad, azul cual ligereza de cielo, frescura azul de brisa marina. ¡Vaya colección de patrañas! Y soy su víctima.
Las cenizas se depositan y ocultan lo profundo, pero también cubren la superficie. Con mis manos abro el abismo entre las cenicientas olas y me sumerjo en lo Azul. Profundidad inalcanzable: Azul es insondable, casi negro. Negro. ¿Quién demonios eres, Azul? ¡No eres ya Azul! Te desconozco y ya mis ojos han dejado de brillar, están opacos. Busco… busco lo distante, intento escrutar lo presente.
Nada. Un todo indiferenciado. Indiferente cierro los ojos y en las profundidades de lo indefinido me arrastra una viscosa vaciedad. La Nada nadea.
Sin luz, me sumerjo. Hay negro. No hay azul, ya no. Cuando hay azul, lo negro se abre a la mente. Pero sólo hay bloques negros, hay muros negros. El entramado de los bloques es estrecho y compacto. Intento fijar la vista y las paredes se van alejando hasta perderse en una oscuridad plena, que ya no cede.
En tinieblas no puedo siquiera encontrarme a mí mismo. ¿Es que acaso estoy aquí, ahí, allá? Posiblemente no hay yo.
No soy Nada. Soy Nada. Soy… soy.
La mente es azul cuando se proyecta como mundo. En la plenitud de la ausencia de luz se busca. En la luz, se reposa.
Soy Nada, pero soy un punto azul. Soy el mundo que voy torpemente imaginando y llenando de quimeras, piedra por piedra. Soy demiurgo que pinta de azul el negro con trazos gruesos y colores de bote.
Azul estrellado, negro celeste tapizado de bulbos eléctricos. Desciendo sobre la ciudad desde la que sueño que desciendo sobre un lago oscuro de edificios como lirios. Ciudad oscura, profunda, perversa.
Ciudad amada en la que me encuentro azul oscuro en medio de la ineludible noche que nos envuelve.
Caminamos por una calle y las luces se van encendiendo. Pones tu brazo cruzando el mío y en los charcos de lluvia se reflejan las luces nerviosas amarillas y rojas de los autos. Vamos empapados y la carne de tus manos es azul en la noche estrellada. Beso tu mano.
Succiono el azul de tus manos nocturnas y se quedan negras. Te aspiro, inspiro. Tu azul me abre al mundo para descartarme como cuerpo. Exhalo. Estoy desteñido.
Desordenado.
Expiro en tus brazos, bajo tu hálito azul y te reencuentro mirándome. Llevo una camisa azul y miras directamente a mis ojos. Te tomo de la mano y me abandono a la inescrutable pregunta de tus ojos castaños y expectantes, tus ojos inquisidores que dan orden. Quedo a merced de tus ojos, desde este azul que me abre. Quedo a merced de tus ojos.
Tu mirada me redime, se vuelve hogar.
Me tomas de la mano y damos unos pasos más bajo el torbellino de colores de la lluvia nocturna.
Me dejo guiar, ordenar.
Mi camisa azul está empapada. En este borrón de noche, un halo azul te sigue, expectante de una visión cósmica, anhelante de orden.
Arte poética
Esta noche en que escribo
Es seda de manto ligero
Es dulce voz del viento,
Gran cúpula de ónix,
Flor de encantamiento.
Escribo estas figuras
Con mi pluma vista al cielo,
Anhelando lo grandioso
Y mirando en lontananza
Emprendo el vuelo.
Sin lugar a sutilezas
A lo pequeño desprecio,
Soy de grandes y altos vuelos,
Con destinos preclaros
Soy ave de presa.
Se acabó el arte poética,
No narro para cantar.
Se desvanece todo en el todo,
No hay luz de lo irrepetible
Ni voz del singular.
Ni sorpresa o sobresalto:
Cada cosa en su lugar.
¿Huele a pegamento blanco?
Algo se agita inquieto
De blanca horizontalidad.
Se agitan las líneas de mar
Y con sílabas Nereas
Emerge de lo profundo.
Extraviado, el detalle
exige sus poemas.
Huelo olor a frescura
De esta y sólo esta hoja,
Huelo el negro de la tinta,
Olor que huele a poema
Que su aroma desborda.
Abro la caja de sastre
Donde se pierde la cosa
Y se disfraza el detalle
De ajeno y robado retazo:
Fermión, Herminio, hermosa.
No es esta noche en que escribo
Ni seda de manto ligero
Ni voz dulce del viento.
No es cúpula de ónix
Ni flor de encantamiento.
No puede ser estas cosas
Que embadurnan para atraparla
En la falsedad de lo bello.
No puede ser estas cosas y es,
A pesar de todo, todo ello.
Ladrido del viento
El viento es una perra en celo,
un anhelo que entra ya apagado
como pozo cubierto, apenas
sopor de lodo.
Se agazapa el viento
en la ventana
en un gruñido de advertencia,
en un ladrido atronador
los vidrios tiemblan.
De frío,
de frío y hambre
mueren los perros callejeros.
Las calles de mi ciudad han
sido tomadas por los perros
que mueren de hambre y frío
a la mitad
de las calles desérticas
de orgías y tedio.
Con su gruñido entra como perra
el viento, como perra en celo.
Frota contra las paredes
su áspero pelaje. Va limando,
desbasta los muros de mármol
labrado. Sus tetillas alimentan
la nueva Roma, ciudad hija de
la perra callejera.
Su toque es suave, el del viento.
Suave como césped sin cortar
que canta con su paso.
Dulce es el calostro del viento,
es madre que con su toque
moldea el yeso muerto
en el arte del encierro.
Su cantar horada los barrotes
de la melodía y va silbando
por sus oquedades de cáñamo.
Melodías de pelaje áspero
se frotan por mis piernas
como perra en celo.
Se apaga el día
de nuevo.
Primooo!, Soy Ana.
ResponderEliminarEsta super padre el blog. Muchas felicidades y sigue escribiendo tan bien o mejor que ahora. Te quiero <3