sábado, 13 de junio de 2020

Ana Fabiola Umaña. ¿El mar es una campanada?

Ana Fabiola Umaña 


1.

 Mi Rayuela 

 Instrucciones para apreciar el mar dentro de un automóvil 
(Rosarito, Baja California)

- En estos calurosos días de encierro el mar se siente más apetecible que nunca, invita a arriesgar la vida adquiriendo el virus con tal de tocar con las plantas de los pies sus refrescantes aguas, calmando el calor de la arena y el sol abrasador. 

-No queda más que conformarnos con verlo de lejos. Ver sus ojos azules y olas decir si, viene, decir no, se va... Es importante estacionarse justo de frente, el mar se mira así, de frente a su vastedad, ahí donde la brisa mueve los cabellos y el olor a sal destapa las fosas nasales, golpeando con fuerza la nostalgia magnánima que se expande en al agua misma. 

-Es mejor huir de la soledad. Si consigues compañía con la que no corras riesgo, no dudes en llevarla, esto siempre ayudará a evitar tus propios pensamientos. En caso de que esto sea imposible siempre lleva un dispositivo electrónico que te permita la comunicación; en el peor de los casos seguramente habrá otros nostálgicos solitarios estacionados cerca de la orilla, cobíjate con su tristeza y finge que tu vida es menos miserable. 

-La música es importante, ayuda a distraerte, evita la música triste, es mejor algo que puedas cantar. Tu abuela, recuerdas, solía decir que el sonido del mar es relajante, pero no lo es para quien busca el silencio. Siempre puedes incluir en tu paseo algún tipo de refrigerio. Tómalo con calma, disfruta esos momentos y ruega a la vida que no se acerque una patrulla a interrumpir esa ilusión de libertad. 

2. 

Repican las campanas 

El repiqueteo de campanas no cesa. Tanto eco y barullo; tanto aroma de copal y café quemado. El cúmulo de abrazos que voy recibiendo y el sabor de la sal que llega a mis labios me hace olvidar casi por completo dónde me encuentro. 

Dejé de ver el féretro frente a mí y el sonido agudo del metal chocando me hizo recordar el día en el que entró a mi recámara intentando ser graciosa, cuchara y olla en mano; como un militar comenzó a golpearlas para despertarme, no pude soportarlo así que dejé de hablarle una semana entera. 

Me estrechan por los hombros. Todos hablan, veo moverse sus labios pero nos los oigo ya más, dicen cosas que dejé de escuchar, solo escucho el sonido estridente de las campanas, estrepitoso como su risa, la que tanto odié el día en que resbalé y caí frente a toda la familia,. Detesto ese sonido tanto como el de sus risas, atronaban mis oídos. 

Pero la suya se distinguía sobre todas, ese sonido y el sabor salado que comenzó a correr por mis mejillas que ya estaban calientes por la humillación, me parecieron tan idénticos a este momento que casi suelto una carcajada, ojalá pudiera escuchar mi carcajada en lugar de estas campanas que repiquetean sin cesar. 

El campanario cesa sus campanadas solamente con el cambio de hora, ello me indica que llevo cinco horas sentada en este frío sillón. Nuevamente mi mente me trae más sonoros recuerdos. 

Mi padre enojado abrió su lista de castigos y me cayó el pero, solamente por mis notas reprobatorias de la materia de química. Me llevó una sillita y se sentó también conmigo, para luego dejarme allí cinco horas en una esquina. 

Nada se escuchaba solamente mi silencio, solamente mi quietud, sin moverme un centímetro recorrí toda la habitación de arriba abajo, derecha e izquierda, mientras a lo lejos el eco repiqueante de la consigna paterna, tan lejana para esos instantes en los que eché a volar la imaginación, aprendí a observarlo todo, a salir de cualquier cosa con solo pensarla, verla en mi mente, asi que el regaño ya advertencia: “para que pensara bien en mis responsabilidades y prioridades”. 

Estaba en mis cavilaciones (que noeran las que me habían llevado a esa quietud fascinante para imaginarlo todo) cuando repentinamente en ese instante, ella como una hada, pasó, la silla se sentía igual de fría que el sillón y disimuladamente dejó sobre mi regazó un chocolate muestra de su compañía y apoyo. Hoy la gente se acerca con café y galletas, y aun así a todos los siento lejanos, obligados a acompañarme. 

Su fotografía enmarcada se encuentra frente a mí, me mira y parece guiñarme un ojo cada que la campana insiste, comienzo a marearme entre el olor a flores, a perfumes, entre los murmullos lejanos de la gente que aún no decide si acercarse a mí o al féretro. 

Uno mis manos y las noto muy parecidas a las suyas, entonces quiero desprenderme de ellas, pero esas campanadas me recuerdan que sus manos ya no existen, no son de este mundo, no son reales, que ya no hay otras manos vivas idénticas a las mías. Entonces las lágrimas ruedan y se funden al repiqueteo del campanario como un aguacero infinito.

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