Helena Taylor
(España, Sevilla 1972)
Prólogo
Esta historia comenzó hace mucho, mucho tiempo. Corría el año 1998 y una jovencísima Helena se embarcaba con destino a Chile en lo que sería la mayor aventura de su vida.
Mi viaje comenzó el 21 de junio de 1998.
Ese día mi amiga Carmen y yo tomamos el vuelo de LAN Chile que salía de Madrid con destino a Santiago de Chile a última hora de la noche. Era domingo y teníamos los pies destrozados de la fiesta del viernes. Andersen Consulting había tirado la casa por la ventana en su fiesta anual y reunido a sus 1500 empleados más acompañantes en uno de los edificios del recinto ferial IFEMA. Había buffets para todos los gustos: buffet italiano, español, asiático, … Eso sí, no había sillas, así que de las 9:00 pm a las 3:00-4:00 am que estuvimos en la fiesta aguantamos como pudimos en unos tacones demasiado altos a los que no estábamos acostumbradas. El domingo, a pesar de los tenis, caminar era un suplicio.
La llegada a Chile fue impresionante. Recuerdo ver por la ventanilla del avión la cordillera nevada. Montañas y más montañas cuyos picos parecían elevarse a miles de metros frente a un cielo azul intenso. Blanco, gris, rojo y azul… Lo inhóspito de la zona te hacía preguntarte si alguien sería capaz de vivir en un lugar semejante. Ese día había niebla y tuvimos que dar varias vueltas haciendo tiempo hasta que se despejó lo suficiente como para que pudiéramos aterrizar. Por fin dieron luz verde y pudimos pisar tierra.
El camino del aeropuerto al hotel en taxi fue surrealista. Agotadas y con jetlag intentábamos entender lo que el taxista nos hablaba sin hacer mucho sentido de nada de lo que ahí se decía. Recuerdo fragmentos de la conversación como un sueño:
–¿De dónde son?
–De España, somos españolas.
–¡Olé! ¡Viva España! ¡Vivan los toros! ¿Bailan flamenco? ¿tocan la guitarra?
–No, la verdad es que nada de nada.
–¿Cuál es el río que pasa por Santiago?
–Lo siento, la verdad es que no lo sé.
–¡El Mapocho! El grandísimo Mapocho… ya lo van a ver…
Llegado a este punto tengo recuerdo de mi amiga Carmen preguntándome en un susurro si el conductor hablaba español.
El Mapocho no resultó, ni demasiado grande ni demasiado impresionante, no así la ciudad. Nos sorprendimos con una ciudad moderna llena de edificios vanguardistas, calles amplias y bien cuidadas. La arquitectura es, en mi opinión, lo más grandioso de Santiago de Chile.
Sobre el mal hábito de apostar cuando juegas
En España todo estudiante que se precie juega al mus y, según mi marido, en México se juega al dominó. Cuando éramos estudiantes saber jugar al mus y poner cara de póquer mientras soltabas un “envido” rezando por haber entendido bien la seña de tu compañero era fundamental.
Nosotros, los que estudiábamos Ciencias, éramos notablemente pobres así que lo único que apostábamos eran las cervezas que nos estábamos tomando. En la facultad de económicas, sin embargo, debían ser más ricos porque tuvieron que prohibir que se jugara a las cartas ya que algún estudiante perdió una fortuna. La medida no tuvo mucho éxito porque lo único que hacían era venirse a la nuestra para poder seguir jugando.
Al llegar a Chile en el proyecto éramos muy poquitos, unos once que pronto nos dividimos en dos grupos: los sixties y los seventies en función de nuestra fecha de nacimiento. Los sixties era el grupo pesado, que acababan con varias botellas de whisky en una noche, mientras que los seventies éramos el grupo nerd que se la pasaba jugando a juegos de mesa. En nuestro caso al Party un juego que los incluía todos: pictionary, tabú, trivial…El mus y el dominó no eran una opción viable ya que, aunque solo éramos cinco teníamos tres nacionalidades distintas. Jugar al Party tampoco resultaba fácil ya que teníamos muchos problemas culturales. Por ejemplo, a la hora de dibujar una sandía yo la pintaba circular y los latinoamericanos me miraban con cara de asombro ya que para ellos tenía forma de balón de futbol americano. Cuando les explicaba que esa era la forma de un melón me miraban alucinados puesto que para ellos los melones eran redondos. Si nos preguntaban por la marca de una comida de bebé los españoles contestábamos que Hero o Nestlé y los otros se rasgaban las vestiduras incapaces de comprender como no existían en nuestro universo los Gerbers.
Al final, cosas de la vida y, supongo, ese deseo de demostrar la superioridad de un género sobre el otro terminamos jugando chicas contra chicos. ¡Fue nuestra perdición! Carmen y yo no nos entendíamos nada y perdimos todo. Lo peor es que para ponerle morbo a la cosa decidimos apostar y nos arruinamos. Perdimos una cena (los caballeros escogieron el restaurante más caro de Santiago), perdimos una subida a esquiar (tuvimos que pagar transporte, fortait y equipo) … Gracias a Dios el proyecto se acabó y llegaron las vacaciones de verano antes de que pudiéramos seguir perdiendo cosas… Lo que no supimos entonces, pero descubriríamos después, es que ambas perdimos también nuestro corazón en esas veladas. Carmen se terminó casando con Diego, un argentino, y yo me casé con Paco, mi mexicano. El pobre Rafa se quedó solo.
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