Se convirtió en recuerdo
Gabriela Ruiz
Llegó con los vientos impetuosos y extraños que cada año azotaban el pueblo los últimos días de febrero. Los lugareños sabían que los días de ese mes, tenían que resguardarse en sus casas, no era bueno andar en la calle a partir de las seis de la tarde. No era la primera vez que sucedía, había muchas leyendas de mujeres que desaparecían ese día. Las familias de ellas siempre decían que habían salido a pesar de la prohibición de sus padres de no hacerlo ese día a esa hora. Después de los fuertes vientos, abrían puertas y ventanas esperando su regreso, pero nadie aparecía viva o muerta en el umbral de los hogares perdidos.
Ese día, fue distinto. Ella regresó con los vientos, como si se la hubiera tragado la tierra y la hubiera devuelto para compensar la gran pena de su ausencia. Los primeros en verla fueron los que vivían a la salida del pueblo, eran casi las ocho de la noche, y vieron una figura diminuta, cabizbaja y tímida caminar torpemente iluminada por la luz de las estrellas y una que otra luminaria de las casas fincadas al lado del camino.
Ella tocó fuerte la puerta de madera gruesa rodeada de adobes de color rojo. Su padre con machete en mano le abrió y solo atinó a soltar el arma cuando la vio de pie frente a él para dejarla pasar. La madre se abalanzó hacia ella, llorando, estrujándola para saber si ese cuerpo como guiñapo era real, inquiriendo sobre el porqué de su desaparición, el porqué de su regreso.
Ella lloraba y musitaba palabras inconexas. El otro varón de la familia solo tenía para ella palabras llenas de vergüenza acumulada por la ausencia y el rencor de la hombría generacional manchada. No importaba cuanto hubiera sufrido, porqué el ventarrón la había elegido para arrancarla de su tierra y de su infancia, su dolor jamás aliviaría la ofensa que como la lepra había caído para marcar por siempre esa casa.
Los padres le exigieron a la muchacha pedir perdón, no entendían bien a bien que sucedía. Pidió clemencia y un lugar para dormir, no pedía más. Imploró recostarse en el mismo suelo lleno de piedrecillas cerca del fuego, era lo único que le aliviaría el cuerpo molido que ya no le pertenecía más.
La dejaron que se acomodara cerca del fuego agonizante de la cena, que moría poco a poco como ella. Cerró los ojos, no quería ver a sus padres mientras narraba entre recuerdos y el humo de la ceniza lo sucedido el día uno de su partida.
Quería ahorrarse sombríos detalles. Les confesó que llevaba varios días saliendo a ver al sol ponerse por las tardes, muy cerca de la salida del pueblo. Había escuchado a varios lugareños decir que había llegado de improviso nuevamente la tormenta al pueblo. Sabía que se referían a él pero no importaba, acudía a verlo porque sentía una alegría desconocida casi eufórica cuando se acercaba y lo tenía muy cerca de ella, como cuando era niña y jugaba cerca del río en los días calurosos de la primavera.
Siempre vivía enamorada del calor del sol, aunque sus padres le decían que era una loca porque uno se enamora de lo que es real, como de los muchachitos del pueblo, que tanto sueño solamente le traería pesadillas. Ese día, acudió a verlo y valiente quiso tocarlo, niña ¡detente! no habrá marcha atrás. Decidida continuó y extendió ambos brazos para atraparlo para siempre. Para su infortunio solo sintió un enorme calor que le abrasó de golpe el cuerpo completo, le quitó el aliento y cayó inconsciente ante la mirada de nadie. Abrió los ojos y se miró atrapada en la tormenta de arena que la llevaba inerme lejos de ahí.
Viajó hasta una tierra por ella desconocida, en la que se respiraba un aire seco que le impedía respirar continuamente. Miraba continuamente hacia atrás, buscando los señalamientos que le regresaran su vida de antes. Pero no, todo era distinto, más áspero y cruel. Todos los días pequeñas tormentas cortaban centímetros de su piel, como las palmas con las que su padre tejía los fuetes para los animales de carga o pastoreo. Esa piel que nunca volvió a recobrar su vigor ni su salud.
Desde que se la llevó la tormenta, el mundo era observado por ella a media visión, no quería abrir los ojos totalmente o mejor aún no mirar. Su voz ahora era distinta, afectada por lo seco del ambiente esta se apagaba y solo repetía las frases que alcanzaba a escuchar del eco que producía el torbellino al pasar. Sabía que ya no era dueña de sí misma, solo atinaba a comer, dormir y pensar en lo que se había convertido en recuerdo. A veces podía ver al sol muy lejos de donde ella estaba, pero ya no quería acercarse a él, era más fuerte la sensación del dolor que le producía el cuerpo lleno de llagas, que aquellos que le tocaban a diario preferían no ver.
Un día el sol se fue de ahí quizá para enceguecer otro poblado, y ella con otras huyeron. No importaba hacia dónde podrían ir, lo único que era cierto es que no viajarían juntas, era mejor no juntar sus desgracias, que cada una acarreara su vergüenza y borrara sus huellas para tomar sus propios caminos lejos del sol y la tormenta.
Su familia la miraba como si estuviesen ante una desconocida, era verdad ya no estaba en ese cuerpo, no existía más. De pronto dejó de hablar de soles, tormentas, suelos áridos y heridas, para convertirse en el recuerdo familiar que era mejor callar. Exhaló al mismo que tiempo que se apagó el fuego de la cena.
YO, S E R E N A
por Hadria
Adriana Rangel
Realidades
Desatas pasiones
ahogas el llanto
quimera encendida
hasta nunca ¿cuándo?
Vuelves a mí
Encantador como siempre
juegas a perderme
extravías mi mente
senda inevitable pasión
¿QUÉ PARTE DE TU VIDA EDITARÍAS?
" Mi sendero"
La escritura tiene un significado muy importante para mí: es y será siempre mi fiel compañera, es por eso que estoy empeñada en procurarla y en hacer todo lo necesario para ejercitarla y verla crecer. Hace siete años recurrí a ella para tratar de sortear el mal tiempo. La escritura fue mi refugio perfecto. Escribir hacía que me olvidara de mí y del dolor que en ese momento sentía, aunque en ocasiones esto no era posible, nunca dejé de escribir, lo hice a pesar de mí y de mis circunstancias. Y así lo he hecho un par de veces más. El dolor, físico o emocional, no ha sido nunca un impedimento y espero que siempre sea así. La escritura me ha llevado a descubrir nuevas facetas. Nunca imaginé cuan fuerte era hasta que la escritura apareció en mi vida. No supe de pasiones hasta que me inicié en este camino. Desconocía muchas cosas sobre mí y gracias a ella me supe y fui. Hoy quiero seguir redescubriéndome y es por eso que decidí tomar el camino que proponen las Serenas. Como cualquier otro comienzo, este tampoco ha sido fácil, en particular, porque este primer acercamiento a la escritura narrativa implica poner en palabras pensamientos y emociones que uno cree que pueden llegar a dañar, pero confío en que ninguno de mis temores se haga realidad y que lejos de causar algún daño encuentre el camino de regreso a casa.
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