Monserrat Carmona
“invisible, invisibĭlis"
En un lapso de búsqueda del ser y un poco de valor me inscribo a un curso de escritura, porque extraño escribir y me siento menos yo ahora que lo he dejado un poco de lado. ¿Cómo se pasa de la invisibilidad de la escritura a la visibilidad? La respuesta quizás es escribiendo, conectando de nuevo, sintiendo, reconociendo al artista y a su arte, con su observador, el receptor. ¿Cuál es la diferencia entre no poder ser visto a rehuir ser visto? Quizás vienen ligadas, probablemente las cosas que no vemos son debido a que no queremos que se vean y a que no sabemos verlas, varias veces somos invisibles a nosotros mismos y entonces escribimos, nos materializamos y le damos al universo algo de lo que nos hace nosotros, quizás la rabia, la tristeza, a veces escribimos desde la herida, con la sangre y la violencia, se plasman en la hoja y súbitamente tienes un crimen pasional, ante tus ojos uno que existe, visible, notorio.
Sin embargo, cuando materializamos desde el centro de nosotros, cuando somos menos herida, menos guerra, más enfoque y lo damos desde lo íntimo de nosotros, entonces ahí no sólo es visible, pero real, tangible y aprendemos a soltar y a soltarnos a nosotros; a esas versiones que fuimos y nos reclamamos con lo que pasó.Cuando logras decir en voz alta las palabras, enfrente de gente que de una forma presencial o en este caso a distancia te escuchan, entienden y por un momento conectan, se encuentran he podido observar que se pasa de la invisibilidad a lo visible e incluso a lo tangible de la manera más intangible, cuando las palabras de otros y las nuestras resuenan por las paredes causando un eco de segundos eternos.
Escritura Invisible, Diciembre 2020 – Enero 2021
Acuérdate que de tus manos salía un río...
Acuérdate, de tus manos fluía un río y fue en el en donde nos perdimos ¿O me perdí? ¿Te puedes acordar si fue en el bosque donde me amaste? ¿O fui sólo yo quien amé? Quizás sólo fui yo, ¿Recuerdas la cabaña? Era de madera, de cobijas frías a diferencia de tu aliento ¿Lo puedes recordar? ¿O sólo yo recuerdo?
A medias, distante, como un secreto no dicho ¿Era secreto? No puedo recordar si temblabas de miedo o de emoción, no puedo recordar en que momento ya no supe encontrar tus ojos en medio de los borrosos azules de los cielos de Van Gogh, acuérdate, acuérdate por mí, acuérdate porque yo no puedo, es doloroso el recuerdo, meses y lo más fácil es no recordarte.
En medio de la calle de Durango con el frío de una noche oscura, de aventuras, ahí lo recuerdo, tu boca y mi café. Acuérdate llovía, llovía, llovía ¿crees que era una metáfora?, yo sólo recuerdo que era feliz, fue el último día que lo vimos las dos, debimos de decir más veces adiós; recuerda, acuérdate por mí, porque a mí me duele, porque a mí me duele todo el tiempo porque pesa, la levedad de tus acciones, el peso de las mías, la culpa, los secretos. ¿Eran secretos?
Acuérdate, acuérdate porque en el espiral de emociones deje de recordar, porque en la bajada ya no estabas, porque recorrer la calle de Durango es un viaje al pasado, uno solitario, uno donde no hay nadie, sólo un par de fantasmas que no me pueden ver a la cara.
Una Rayuela de palabras: una historia sin sana distancia
1. Tlaxcala, así no empieza, pero acaba y a veces tu final es aferrarte a algo que no es por los miedos de sólo ser.
2. “Todos tenemos nuestras luchas y esta no es tuya” hay una poeta del otro lado del ruido, una amiga de piloto, haciendo que tenga sentido porque no vamos a funcionar.
3. El corazón se rompe, pero los pulmones no, o eso me gusta creer, inhala, exhala, inhala, exhala, ahí están, los pulmones, llevando este cuerpo al siguiente paso, al menos mírame a los ojos.
4. ¿Han pasado dos días? ¿Han pasado dos meses? ¿Seguimos aferrándonos? ¿Soltarte? Me soltaste, que patético, que patética yo digo, de tiempo en tiempo no sabemos dónde estamos.
5. Que si nos vamos a morir al menos hay que vivir y ya si de tiempos hablamos nunca es uno eterno.
6. Me gusta tu sonrisa, en este tiempo poco lineal de días en que me quieres y días en los que no lo haces, si me concentro en tu sonrisa se me olvida lo mal que lo hemos hecho.
7. De lo único que me arrepiento es de haberme ido ese día de tu casa, la historia hubiera sido igual, pero al menos le hubiera podido robar más al tiempo.
8. De amaneceres y atardeceres se nos hicieron los recuerdos, de tardes y secretos, de canciones y sonrisas, pero al final es lo único que tenemos, recuerdos.
9. “C’est la vie” un tatuaje que diga, porque la vida pasa aún si creemos que no lo está haciendo, somos de segundos, incluso en los que nos congelamos.
10. Hay un árbol verde por la calle de tu casa, en dónde vimos a un colibrí volando hacia su copa; aquí y ahora, aquí y ahora todos los colibríes vuelan.
He recuperado mi historia perdida
Existe una maleta en el olvido, en la bodega, es más un baúl que una maleta, pero entra en la definición de maleta según la RAE:” f. Especie de caja provista de un asa que sirve, sobre todo en los viajes, para transportar ropas y otros objetos.”. Tiene un asa y un tono verde deslavado, probablemente son los años que viven en ella, los años de viajes, de cambios, ha visto desde la Revolución Mexicana hasta el amorío de los bisabuelos de mi madre, o el no amorío en cierto sentido, lo cierto es que era de mi abuelo, por lo tanto, le pertenecía a la madre de mi abuelo.
Esta maleta existe y a veces se siente que tiene vida propia; cuando tenía aproximadamente 10 años me llenaba de curiosidad su existencia. En la casa grande, la de mis tías los recuerdos se van almacenando en forma de objetos y se vive a veces un aire tan profundo a melancolía que es fácil perderse en los tenues colores del pasado, los vestidos, la rocola que ya no toca canciones, los vinilos de los éxitos del ayer, la báscula para pesar verduras, las sillas de estilo virreinal, los juguetes de mis primos, un tren eléctrico que en su momento era el mejor regalo para un niño de 5 años y ahí en medio de todas las cosas que le pueden caber a un lugar existe esta maleta o baúl, la altura también es un tema, para la definición de este objeto.
La maleta era un ser propio porque no me permitían tocarla, ¿los vestidos? Claro que sí hija, la rocola, se podía tener un concierto de rock con sólo imaginarlo, ¿el tren? Armarlo y desarmarlo, ¿la cámara fotográfica que no servía? Claro que sí, hoy seremos estrellas de cine; pero la maleta estaba prohibida para mis pequeñas manos de 10 años. Mi mamá decía que era lo único que su padre había mantenido hasta el día de su muerte.
La curiosidad sin embargo les ganó a mis ganas de hacerle caso a mi madre, tal vez la rebeldía heredada del lado de mi padre también aporto, así que, con lámpara de minero, (lámpara que estaba en mi propiedad porque me encantaba usarla y mi papá siempre la encontraba en mi propiedad hasta que decidió regalármela) y llave de la bodega (previamente tomada como préstamo del joyero de mi tía) entré a la bodega una noche en busca de la verdad de la maleta.
Documentos, certificados médicos, consultas, recortes de periódico, y entre ellos sobres, muchos sobres, desgastado y ligeramente amarillentos, pero todos ellos cartas. “Amor mío, ángel” se leía sin firma el primer sobre. Curioso. “Te amaré hasta el fin de mis días” letra diferente, aún sin firma. Más curioso aún, esto es lo que yo sabía de mi bisabuelo: El señor se había ido a luchar a la revolución dejando a su hijo y a su esposa en el pueblo sin embargo no contaba que los bandos eventualmente llegarían al pueblo y su esposa estaría desprotegida al igual que su hijo. Otra cosa que sabía: el señor no tenía corazón o quizás tenía una versión de él, pero no una buena, un corazón funcional anatómicamente es probable que sí, una metafórica en donde le das de ti a los demás sin esperar algo a cambio, esa versión no. Así que una correspondencia entre mi bisabuela y mi bisabuelo sonaba sospechosa e inclusive poco verídica.
Después de una serie de declaraciones de amor que sorprenderían incluso al mismísimo amor de las películas de Disney que disfrutaba, ahí estaba en la carta número 15 una firma, “Agapito Z.”, nunca en mi vida había escuchado ese nombre ¿Quién era ese Agapito Z.? ¿Por qué le escribía cartas a mi bisabuela? La única razón era la obvia, mantenían una relación de correspondencia y la otra pregunta era ¿Por qué mi abuelo guardaba la correspondencia de su madre con otro hombre que no era su padre? Existía una fotografía sin color en las cartas de dos personas, una era mi bisabuela de joven, la reconocía de los cuadros de la casa y la otra era un hombre, no más de 25 años, bigote, tez morena, vestido de oficial, el brazo de él alrededor de mi bisabuela.
Ruidos afuera me sacaron de mi observación de fotografías, mi madre parada en la puerta de la bodega no se veía muy feliz, mis manos en la escena del crimen me inculpaban de efectivamente no haberle hecho caso. Se me castigó un par de semanas y la siguiente vez que regrese a la bodega la maleta tenía un candado, así son los adultos cuando te quieren lejos de las cosas, cierran las puertas y se aseguran que no puedas abrirlas.
Años después y una maleta olvidada en la bodega, mientras me encontraba en la cocina de la casa grande llegaron visitas para mis tías, ese lugar siempre estaba repleto de gente y yo tendía a evitarlos, nunca me había agradado mucho la gente, pero me gustaban las historias, mi madre sin embargo jamás me dejaría irme de una habitación sin saludar y decir cosas como “Un gusto conocerlo” o “Un placer” y escuchar cómo era idéntica a mi abuela a la que nunca había conocido. Esta vez no fue la excepción “Ellos son los nietos de Agapito Zamora” dijo mi madre. Agapito ¿Agapito Z? “¿Zamora con Z?” pregunté. Mi madre me hizo una cara, esa que hacía cada que mi pregunta era tanto inesperada como extraña e incluso ruda, quizás había sido rudo que me faltara el: “Un gusto”, “Efectivamente” contestó el señor que encabezaba a las 3 personas enfrente de mí. Cosas que no puedes decir en una reunión con desconocidos: “Tu bisabuelo y mi bisabuela fueron novios” Dos días después de conocer a la familia de Agapito Z, me acerqué a mi madre “Mamá, ¿Me puedo quedar con la maleta de la bodega?”. Silencio. “No” contestó ella. “¿Si pago por ella?” Pregunté; “No”.
La curiosidad sin embargo les ganó a mis ganas de hacerle caso a la negativa de mi madre, años más grande, no años más sabia. Con un alma diferente y una lista de desamores personal que me daban certeza que el amor romántico era una construcción social y nada de ello era real decidí volver a la maleta. El candado ya no era un impedimento para mí porque mi padre me había enseñado a romper candados, no por ilegalidad si no por la vez que mis cosas se habían quedado en el locker de la escuela.
35 cartas de María y Agapito Z después la historia perdida me había recuperado, moco y lágrimas por dos personas que nunca conocí. Esta es básicamente la historia, sin el romance derrochado a cada uno de las cartas: Agapito y María se habían conocido cuando tenían aproximadamente 19 y 16, se habían enamorado, María le había rogado a su padre que le dejará casarse con Agapito, su padre se negó. El corazón de Agapito era un corazón romántico y de cierta forma imprudente, ya que decidió que si no podía casarse con ella no podría amar a nadie más, así que se alistó para la guerra. Suicida. Y ahí es donde entraba mi bisabuelo, mejor amigo de Agapito, más adinerado, mejor partido a los ojos de cualquier familia acomodada.
Mi bisabuelo y María se casaron, aún con el corazón de mi bisabuela latiendo por otra persona, o eso decía la carta número 22, y le dio un hijo. Después de eso mi bisabuelo también se unió a la guerra y ahí inicio la correspondencia de Agapito Z y María en donde ni el cielo, ni la tierra ni el batallón de guerra los separaría de escribirse cartas excepto que en la carta número 35, enviada por Agapito ya no hubo respuesta. María ya no podía hacerlo mi bisabuelo había regresado de la guerra, quizás por eso siempre se le veían los ojos tristes a mi bisabuela en sus fotos, como si se hubieran quedado con alguna parte de ella, probablemente por eso la bodega era melancólica, en ella vivía el amor de dos personas que no pudieron ser en esta vida.
“Mamá, ¿quién era Agapito Zamora” pregunté un día mientras cortaba las verduras, “El padrino de boda de tus bisabuelos” contestó, “¿De que murió?” dije intentando simular desinterés, “Tienes que dejar esa maleta en donde pertenece, en el pasado.” contestó mi madre. Vaya que me conocía de la cabeza a los pies, pasando por mis neuronas y curiosidad.” ¿Puedo quedarme la maleta?” intenté, “Sí, pero no el contenido.” dijo ella. Era mía ahora, la maleta del olvido.
Poema para mi vida
Se mantiene en el
precipicio
y se observa,
no es el miedo de saltar,
es el miedo de lo de atrás.
Veinticuatro años,
veinticuatro,
oportunidades perdidas,
oportunidades tomadas,
milésimas de segundo en las que se apuesta
¿Se gana? Se gana y se pierde.
Veinticuatro años,
un tatuaje en la pierna del espectro de luz,
una historia escrita a la mitad
¿con miedo? Con miedo, pero escrita.
La suma, la suma,
los abrazos, las lágrimas , el amor,
el saltar,
el saltar y saber que no se va a volar,
pero, saber que no se va a matar.
Existe la teoría de los
multi universos,
en algún lugar no se tiene esta suma,
no se tiene esta vida,
no se es esta persona,
y se salta,
una y otra vez
no se va a llegar al sol
pero se aprende a nadar.
De madrugada hay nostalgía
Entre parpadeo y parpadeo juro que estás aquí, siendo parte de mi almohada, siendo parte de mi mañana; la luz entra por la ventana, la luz de luna. 3 a.m. deja que el sueño me arrastre de nuevo y me lleve de regreso a donde estábamos, porque en este pedazo de mentira, de ficción, tú sigues aquí.
Se dice te extraño, pero en esta madrugada siento que entra más la palabra te añoro, 4 piernas, 4 brazos, te extraño. No es mentira, si cierro otro rato los ojos no es mentira y seguiremos la mañana como si nada. La luz de la madrugada entra por la ventana y me gustaría escribir algo más congruente, con más sentido, menos honesto, veritas, nunca te diría personalmente que te extraño, ya no.
Son las tres de la mañana y sólo puedo pensar en eso, en que me gustaría que estuvieras aquí, tal vez en vez de sobre usar una palabra te las diría a ti, quizás me enviarías a dormir.
Añorar no es algo que se me da, extrañar, sentir la falta, no me dueles a esta hora, tu ausencia que ya es presencia no me duele, no justo ahora, todo es más suave aquí, quizás sea la hora. En dos horas mi alarma sonará y me embarcaré a un día más, donde los sonidos callan todo lo demás, aquí y ahora sin embargo no.
Aquí no es ruido, pero no, aquí son palabras. Te añoro con el cansancio de las tres de la mañana.
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