sábado, 13 de junio de 2020

Lucía Christlieb "Sueños para saltar entre soles y lunas"


                              Mi Rayuela
                        
           Lucía Christlieb


                                                            1.
                              Un sueño para abrir las flores interiores

Abro los ojos. La oscuridad me rodea. Estoy de pie completamente, en medio de una habitación. Frente de mí hay un espejo. 

Me acerco a inspeccionarlo. 

Mi  reflejo me retorna la mirada. Aunque hay algo más:me mira (me veo) con unos ojos que no son míos. 

La miro con atención, y mi “otro yo” se aleja lentamente del espejo, pidiéndome que la siga. 

Doy un paso, acercando mi mano al cristal y lo traspaso lentamente. 

Siento como si estuviera moviéndome en un ambiente donde todo es una especia de gelatina de limón y fría. 

Mi cuerpo sigue a mi mano a través del espejo. 

Miro a mi alrededor; estoy en medio de un bosque.

 Los árboles impiden que la luz ilumine el espacio. 

No distingo si es de día o noche.  

Escucho murmullos, susurros, ulular de vientos, como si las hojas me hablaran y no solo eso también me abrieran sus secretos. 

Intento correr, correr, tal vez  quiero  huir, pero a girar para emprender la huida, pero de brazos y manos, me estrello con un árbol frondoso, milenario, su belleza me conmueve, me detengo de golpe al mirar  que de su tronco crecen una flores que fosforecen son lilas. 

Naturalmente brillan, envían sus rayos a todo el espacio que habito allí, cientos de luminarias que abarcan todo el espacio. Cierro los ojos y la oscuridad me rodea.



2.
Las estrellas se quedan con la Luna.

Hace mucho tiempo cuando la Luna y el Sol compartían el mismo reino y brillaban en armonía, el mundo siempre estaba iluminado. El Sol tenía un secreto: estaba enamorado perdidamente de la Luna. Pero la Luna había jurado hace mucho tiempo no volver a enamorarse, ya que la habían lastimado cruelmente. Un grupo de doncellas, siguiendo los pasos de la Luna, decidió tomar el mismo camino que ella. Los años pasaron y el Sol nunca le confesó su amor.

Un día, cerca de un arroyo, pasó algo inexplicable. Había llegado al mundo un ser extraño, único y vagaba sin rumbo. Mientras ese ser luminiscente paseaba reconociendo la tierra,  un canto melódico de alta vibración y armonía inundaba como agua infinita, el soto (bosque donde se encontraba. 

Era un canto sobrenatural, y parecía haberlo hechizado. Mientras más atención ponía, la melodía se sentía cada instante traspasaba lo allí circundante, todo vibraba, era más nítida, más. Hasta que una lengua antiguo finalmente bajaba lentamente en su vibración, una lengua desconocida, sólo accesible a ciertas almas, esta lengua con melodías dimensionales al bajar a la tierra todos los allí presentes escucharon por fin...  la letras, las palabras, el relato insólito sobre aquella joven cuyo enigma se revelaría.

Siguiendo el sonido, el extraño ser llegó a un arroyo y encontró a una mujer, una joven mujer que lloraba, pero su llanto eran cantos sublimes aunque en su relato y melodía sus penas revelaba. 

Aquel ser luminscente que vagaba, pudo contemplarla aunque su corazón le advertía que su hermosura aún se notaba triste, emanaba una nostalgia azul.  Por lo que el ser luminscente decidido se acercó a su esencia, la acompañó, le habló con palabras dulces y ciertas.

-Doncella- dijo él en un tono vacilante. - ¿Por qué una joven mujer    de belleza inigualable, derrama lágrimas colmadas de una tristeza amarga? La joven doncella dejó de cantar. Parecía sorprendida por la presencia de ese extraño ser luminiscente.

- ¿Qué eres? - respondió ella – y ¿cómo es que conoces mi lengua por siglos olvidada? – preguntó.
- Yo no soy nadie, bella joven. Vengo de un mundo olvidado reinado por la obscuridad. – respondió él con un tono de añoranza.
- ¿Y qué haces vagando en un mundo donde la Luna y el Sol brillan eternamente? – preguntó ella llena de curiosidad.
- Vengo a jurarle mi amor eterno a la Luna, ya que ella es luz absoluta – dijo el extraño ser.
- Hace varios años, la Luna juró no volver a enamorarse. – Le explicó ella con rudeza, ya que el extraño ser parecía no conocer el lenguaje y las palabras de la Luna. – Además, ¿cómo piensas enamorarla? – preguntó, pues la curiosidad le quemaba.

- Yo tengo algo que ella no tiene- respondió simplemente él, con un rostro abierto, pleno de luz y sorpresa.

- ¿Qué es eso que tienes que hará que la Luna rompa su promesa? – le espetó ella.
Mientras ella hablaba su energía se expandía, él veía este fenómeno con sombro, maravillado. Pero aquella amargura de la  desilusión se notaba aún, la perseguía.
-     Verás, ella necesita una sombra – murmuró.
-       
¿      Una sombra– preguntó ella sorprendida.

-        Sí, una sombra. Si ella tiene una sombra ya no le faltará nunca nada; yo siempre estaré con ella y su luz también será acompañada. – dijo él.

-        ¡Oh, que maravilla!, por fin estaré completa y toda esta tristeza que siento no volverá jamás. – y dicho esto, la joven doncella tomó su forma verdadera, una luna bellísima que irradiaba luz por doquier.

El extraño ser luminiscente se fue con ella y la Luna por fin tuvo su sombra y nunca más volvió a estar sola.

Pero no todo fue alegría y felicidad. El Sol al enterarse que su amada se había ido con otro, la expulsó de su reino, prohibiéndole salir cuando él iluminaba a la tierra. 
La mitad de la Luna se volvió obscura, pues solamente ella la iluminaba, por lo que el sol decidió exiliar a las doncellas, para que acompañaran a la Luna en su soledad, convirtiéndose en estrellas.

Esa es la razón por la cual no las puedes alcanzar. Son las doncellas que juraron nunca enamorarse y que brillan todas las noches en un mundo de obscuridad y tristeza, porque ven como los mortales les declaran su amor, pero por su juramento lo único que pueden hacer es ver y esperar a que algún día llegue su sombra para permanecer completas por siempre.

3.
El jardín de los espejos

Las estrellas iluminaban el claro con una luz azulada que se filtraba entre las hojas de los distintos tipos de árboles: cedros, laureles, cerezos y sauces. Estos eran inmensos y frondosos, y parecía ser que llevaban cientos de años cuidando el jardín. 

Sus troncos estaban repletos de lilas y sus pétalos eran espejos. En medio del jardín había un lago y rente a él había una niña sentada. En el ambiente reinaban dos tipos de silencio. 

El primero provenía de los espejos: era el tipo de silencio que uno escucha cuando está solo en el bosque; un silencio que te hacía entender que en realidad no estabas solo.

El segundo era más difícil de percibir, pero después de un rato se lograba distinguir; este era un silencio pesado, oscuro y seco. Era el que cubría al jardín por completo. Pero la niña parecía ajena a los dos silencios, ya que estaba concentrada observando la superficie del lago. Parecía estar esperando algo. Lentamente una figura empezó a aparecer en la superficie, haciendo que la niña se levantará bruscamente. 

La niña veía fijamente a la figura, la cual poco a poco empezaba a tomar forma; era su reflejo. La niña acercó su mano a la superficie tratando de tocar la imagen, pero antes de que pudiera tocarla, está ya se había ido.

La niña confundida corrió hacía las lilas y aliviada observó su reflejo en los pétalos mientras una sonrisa invadía su rostro, pero al verse reflejada se dio cuenta que algo no estaba bien. Su reflejo la veía con una mirada de desesperación. El horror la paralizó al entender qué era lo que veía y con voz trémula: preguntó, “¿Emma?”

Su hermana había desaparecido en ese jardín hacía ya dos años y sus últimas palabras fueron: “a través del espejo me encuentro”.

  


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