Escribir me permite tener un espacio donde lo que siento, pienso e imagino converge en el papel y tinta. Antes de recurrir a este método de escritura invisible, mis palabras estaban estancadas y sin ninguna dirección. Este método junto a la lectura, me permitieron que las palabras estuvieran encausadas hacia un fin. Accedí a memorias que tenía olvidadas y a historias que me conforman. Escribir es una actividad altamente introspectiva, por lo que conectar con mi propia voz sin bloqueos de por medio me ha sido bastante útil para plasmarlo en papel.
RAYUELA
Querida Susi:
Me da mucho gusto saludarte aunque sea por aquí. Te recuerdo con mucho cariño y me alegra haber entrado a mi correo para encontrar tu mensaje. Sé que nuestras mamás siguen siendo cercanas, a pesar que nosotras nos distanciamos en la secundaria.
Muchas gracias por contarme lo que me perdí de tu vida en un texto tan lindo. ¿Cómo me va a mí? Pues, te contaré lo último que ha sucedido en estos años, no ha sido fácil.
En aquel entonces no lo veía, pero detener el vuelo para regresar al nido me salvó.Ojalá hubiera sucedido antes para no pagar un costo tan alto.
Salió de la nada. Creo que solo era una piedra en el camino, aunque esta no hubiera derramado una mancha color rubí sobre el asfalto. Tal vez fue un perro, o mejor aún, un tlacuache muy grande.
Freno en seco, y siento cómo el corazón me palpita a 180 kilómetros por hora, la misma velocidad a la que me transportaba hace unos segundos. Respiro muy hondo. En retrospectiva, no bebí tanto, solo lo suficiente para enfrentarme a los eternos interrogatorios de mi familia durante la cena navideña. Iba tarde y por eso pisaba el acelerador.
Percibo un golpe en la boca del estómago, esa sensación que me acompaña siempre como mal augurio. — Todo tiene solución, a excepción de la muerte— siempre dice mi padre. Me aferro a sus palabras para encontrar la valentía en mí, y salir del auto.
Yace un cuerpecito sobre el asfalto. No muestra movimiento alguno, y me acerco con cautela hacia él. Mi respiración se agita mientras el nudo en mi garganta crece, volteo a mi alrededor y estamos solos.
Nunca vi venir a aquel pequeño niño sobre dos ruedas en medio de la calle. Surgió de la nada, y ahora su pulso es inexistente. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. La sentencia fue clara e inmediata: homicidio en segundo grado. Todo lo que siguió tras el accidente es confuso, la culpabilidad me abruma. es un peso muerto sobre mis hombros. Permanecí en prisión durante un lustro, un lugar donde el tiempo se suspende entre cuatro paredes. Vacié una bodega repleta de recuerdos y así pasé a una página en blanco para regresar a casa de mis padres. Sigo pensando en Mateo, así se llama, sin embargo, me enfoco en construir un presente más fructífero.
Ahora soy asistente del negocio de mis padres, trabajamos todos desde casa. Me despedí desde aquel diciembre de mi carrera en finanzas. Aquella vida vertiginosa frenó repentinamente y perdió velocidad con los años.
¿Te acuerdas cómo de niñas preguntábamos “por qué” acerca de todo nuestro entorno? Pues, he vuelto a hacerlo. Después de terminar mis labores, me siento con mis padres a comer y desde mi infancia, lo disfruto por primera vez. De una manera muy extraña, reanudamos nuestra relación y ansío todos los días esa hora. Durante la sobremesa, encontramos respuestas pero aún más preguntas. Diseccionamos todo lo que conversamos y eso lo llevo a mi vida cotidiana. Después de comer, muchas veces salgo a caminar. Me ha ayudado a aclarar mis ideas. La brisa del atardecer acaricia mis preocupaciones, a veces pienso que incluso las sopla;eso sucede en los días que son buenos.
Los días que no transcurren con tanta ligereza, me hundo y resurjo entre pestañas abiertas de mi computadora. Navego en la red sobre alguna preocupación obsesiva que me acongoje ese día. En ocasiones deslizo eternamente en los logros de las redes sociales de algunos ex-compañeros de la carrera y conocidos.
No sé qué hubiera sucedido sin ese accidente, sin haber estado tras las rejas o si hubiera seguido mi camino. De una manera muy extraña, creo que me salvó. Sé que esta no es la vida ideal pero he hecho paz con ello. He logrado arrancarme el velo de potencial desperdiciado y liberarme. Reconecté conmigo creando mis propios rituales, aunque sean pequeños y cotidianos. Tomar el café en las mañanas, estar presente en la vejez de mis padres y cantar durante mi baño. No es mucho pero es lo que hay. Si llegaste hasta aquí, gracias por leerme Susi.
Abrazos, Mariana
ACUÉRDATE
Mi primer corazón roto se sintió como una tormenta tropical, de aquellas que sacuden los sentidos y no dejan lugar para la razón. ¿Su causante? Carlos.
Él es de Cabo, un lugar en el que los lugareños están acostumbrados a vestir de ropa ligera, andar descalzos y a protegerse de los huracanes. Yo soy totalmente lo opuesto: uso siempre calzado, no muestro mucha piel y no me considero nómada preparada para la adversidad.
¿Por qué la mayoría de los huracanes son nombrados tras mujeres? Welma, Odile y Katrina son algunos de ellos. Cuando las corrientes cálidas y frías colisionan, se forma un huracán. Creo que sucedió algo similar con nosotros y resultó en el evento que más detonó un cambio en mí.
Era un nueve de noviembre. Al cruzar la primera mirada, tuve un mal presentimiento pero decidí sacudirme. Normalmente soy una persona que evalúa la situación con una lista de pros y contras, así que decidí hablar primero. Enumeré las ventajas de quedarnos juntos y él me escuchó con atención, esquivando todo el tiempo mi mirada.
—Ya no te amo—, respondió contundentemente a mi letanía. El clima gélido de aquella noche me golpeó de la misma manera que la realidad.
Aún recuerdo la primera vez que pronunciamos un te amo. Lo dijimos entre risas y abrazos en su cuarto. Él solía tomar mi mano en los momentos de vulnerabilidad, y yo rodeaba su cuerpo con mis brazos en sus días más nublados.
Nunca he sido de ver telenovelas y no me considero melodramática, pero supongo que es algo que llevo en la sangre porque su respuesta derramó lágrimas y argumentos hirientes. La rabia emanó como lava de mi ser y tras la ebullición, el silencio reinó entre ambos cuerpos. Eventualmente, me rendí y nos despedimos en un largo abrazo que no quería soltar.
Esa fue la noche que aprendí a saludar al cambio y soltar apegos.
MALETA DE RECUERDOS
He recuperado la historia perdida. Encontré vestigios del álbum de la otra familia de mi abuelo, aquella que se asomaba entre rumores tras varias copas en las cenas familiares. Aquella familia a la que todos los sábados visitaba mi abuelo y mis tías lo nombraban como sus sábados de pesca, un eufemismo como cualquier otro inconveniente que aparece bajo nuestro techo. Aquella familia que no rompió el matrimonio de mis abuelos, pero sí lo enredó en ataduras y culpas. Aquella familia que lleva el mismo apellido que mi madre y sus hermanas, la única diferencia es la mancha invisible que posee. Aquella familia cuya existencia originó esa tristeza inmensa de un corazón roto, que terminó por sepultar a mi abuela.
La primera vez que conocí a los hijos ilegítimos de mi abuelo fue durante su velorio hace un par de meses. Era un día soleado y combinaba con la energía que emanaba mi Abi. Él era un hombre alegre y optimista, todos los climas eran de su agrado y siempre tenía una anécdota que contar. Al ser su nieta primogénita, gozaba el rol no oficial de cómplice en las reuniones familiares. Heredé su costumbre por dejar el plato reluciente al terminar mi comida, la amplia sonrisa al vislumbrar el amanecer y la nariz aguileña que sobresale en mi perfil. Si soy sincera, hasta la fecha me jacto de tener una conexión única con él desde mi nacimiento.
Tres mujeres rondando la mediana edad, una anciana un poco más joven de lo que sería mi abuela si estuviera viva, y una joven entraron al fúnebre cuarto donde yacía el cadáver de mi abi. La atmósfera se tornó tan espesa que casi podía atravesarla con mis puños y el silencio reinó entre mis tías. No comprendía qué estaba sucediendo y realicé ademanes a mi madre para que me explicara quiénes eran ellas. La más joven de aquel grupo, tenía un perfil aguileño como el mío e incluso los ojos hundidos tan característicos de la familia. Las cinco mujeres avanzaron hasta llegar al cuarto donde resguardaban el cadáver de mi abuelo.
Las observé con mucha curiosidad y las vi derramar un par de lágrimas. —El descaro de aparecerse por aquí — murmuró mi tía Angélica. Magda y mi madre asintieron en desaprobación. Yo me quedé petrificada al no comprender del todo lo que estaba sucediendo.
Al día siguiente, la tía Magda y yo nos dedicamos a vaciar la casa de mis abuelos. Estábamos en proceso de limpiarla para los siguientes inquilinos; la vendieron para repartir la herencia entre todas las hijas. —Magda, ¿quiénes eran las mujeres de ayer?— pregunté repleta de curiosidad. Su piel se tornó carmín como la alfombra aterciopelada de la sala, y esquivó la pregunta como una bala de guerra.
Nos dividimos labores, así que subí a la antigua recámara de mis abuelos. Hurgué entre sus pertenencias para encontrar algún rastro de la verdad. Mi intuición sabía que aquellas mujeres eran familia.
El alhajero de mi abuela guardaba dijes, su anillo de compromiso y joyas familiares. El buró de mi abuelo albergaba plumas, chocolates y una llave para el mueble de su estudio. ¿Será lo que estoy buscando?
Sin dudarlo, me dirigí a su pequeño estudio y abrí con la llave el armario. En él, encontré una maleta que contenía un álbum con fotografías de mi abi más joven con sus brazos alrededor de la cintura de otra mujer, retratos de tres bebés recién nacidas en distintos momentos, un boleto de cine y varias cartas. Es cuando comprendí que mi abuelo tenía otra familia y que todas lo sabían, a excepción de mí. Sentí cómo la sangre se congeló en mis venas y que me faltaba el aliento. Ese hombre tan noble y alegre, había engañado a mi abuela y fue capaz de mantener a otra familia. Por un segundo, dudé en leer la carta que tenía en mis manos, pero ya estaba ahí.
Ciudad de México, a 15 de agosto del 2009
Querido Carlos:
El sol resplandece los días en los que se unen nuestras almas y nuestros cuerpos. El fuego que vive en mí se enciende y la neblina en mi vida desaparece al estar juntos.
Te escribo porque no encuentro la manera sencilla de pronunciarte ciertas palabras a la cara. Quiero que vivas conmigo y ya no aguanto ser un poco menos que esposa pero más que concubina. Sé que tienes responsabilidades con Elena y tus hermosas hijas, pero creo que merezco la oportunidad de tener algo certero y brillar sin estar a expensas de la sombra de alguien más. Deseo que esas promesas de “algún día”, “tú espera y pasaremos la vida juntos”,se concreten. He aprendido gracias a ti, que el amor trasciende la pasión. Es un espectro de emociones que mejora mis días, transforma el tiempo y le da vida a lo que estaba adormecido en mí.
Solía creer que el amor era de un rojo vivo, pero ahora creo firmemente que es un haz de luz dorado. Calienta el corazón y le inyecta alegría a lo más mundano.
La vez que nos cruzamos por casualidad en aquella cena de amigos en común y luego cómo no dejábamos de compartir confidencias entre ambos. La manera en la que el destino colocó tu oficina junto a la tienda en la que trabajo, y tú pasabas para conversar aún más. Los paseos en el parque, las salidas al cine y nuestro primer beso en la hora de la comida.
Sé perfectamente que rebasamos un límite moral juntos que tal vez no es el más correcto. Estoy consciente que tu corazón es tan grande que también amas a Elena. Tomaste la decisión de traicionar su confianza por mí, me arrastraste en estos años de mentiras piadosas y me privaste de disfrutar del amor que sé que merecemos juntos. Ahora, con nuestras hijas adultas y con la vejez a la vuelta de la esquina, deseo la quietud y una realidad sin mentiras.
Dicen que sabes quién es el amor de tu vida al final de ella, bueno querido, ese momento se aproxima y puedo afirmar que fuiste mi amor de esta vida. Gracias por tanto y te deseo una vida repleta de felicidad.
Con cariño y amor,
Alondra
Quedé impávida ante el torbellino de emociones de tal revelación y me compadecí por aquel triángulo amoroso. El dolor de los implicados y el desamor de mis abuelos es una historia digna para las grandes novelas. Esta es la historia de la otra familia de mi abuelo contenida en la maleta del olvido.
POEMA DE MI VIDA
Magnífica vida
Te vislumbro en el alba
te palpo cuando mi corazón se desboca,
como esa vez que di mi primer beso,
o lo que la tinta me provoca.
Te gestas en el último concierto,
entre los sabores de mi niñez.
Corres, lates, iluminas;
irradias pura calidez.
Pendiste de un hilo,
y te quise arrancar,
así como un pellejo
de quien no se logra encontrar.
Brotaste de mis lágrimas
y mojaste mis mejillas
También eres penumbra
¡Qué dicha y maravilla!
Te enciendes más que nunca
en aquello que le doy mi atención
y a veces te inundas
Cuando estoy de mal humor.
Solía concebirte como arena
Uno que se escurre entre los dedos,
Pero descubrí que eres agua
En la que me clavo y sumerjo.
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